Los Padres de la Iglesia son Santos de los primeros siglos que con sus escritos doctrinales configuraron la Iglesia Católica como la conocemos hoy.
Los Padres de la Iglesia latina más importantes son San Agustín de Hipona, San Gregorio Magno, San Ambrosio de Milán y San Jerónimo de Estridón.
Con estos cuadros, completamos así la Sacristía, añadiendo al origen del cristianismo representado en las doce tribus de Jacob, los Padres de la Iglesia Católica, fieles defensores de la virginidad de María.
Las dos prerrogativas de María, ser Virgen y Madre, definen su misión en la historia de salvación como Madre del Verbo y modelo de la Iglesia. Para San Agustín la maternidad y la virginidad de María están admirablemente unidas para profesar en la fe la realidad de que Cristo es verdadero hombre –porque María es verdadera Madre- y su divinidad –porque lo ha concebido y dado a luz virginalmente-.
En una homilía de Navidad afirma:
«No fue el sol visible quien hizo santo este día para nosotros, sino el Creador invisible del sol, cuando la Virgen Madre dio a luz desde su vientre fecundo y su cuerpo virginal, al Creador hecho visible para nosotros, el mismo Dios invisible que también ha creado a la Virgen. Virgen al concebir, Virgen al dar a luz, Virgen con el Niño, Virgen y Madre, Virgen para siempre. ¿Por qué te admiras de esto, hombre? Dios tenía que nacer de esta manera cuando se dignó hacerse hombre » (Serm. 186, 1).
María aceptó libremente el plan de Dios y concibió por la fe al Hijo de Dios en su corazón antes de formarlo en sus entrañas.
San Gregorio
A finales del siglo VI, Roma caía en el caos y con ella agonizaba toda una civilización. Los rumbos de la historia cambiaron drásticamente cuando un monje benedictino fue escogido para Papa. Era Gregorio I, a quien la historia calificó como “El Magno”.
A él se le atribuye también la compilación del Antifonario Gregoriano, gran colección de cantos de la Iglesia romana. San Gregorio en la paz de los justos, entregaba el alma al Pastor de los Pastores, el 12 de marzo del año 604; su epitafio lo denominó Cónsul de Dios. El centinela de Israel partía, pero la luz por él encendida “brillará delante de los hombres” (Mt. 5, 16) hasta la consumación de los siglos.
SAN GREGORIO Y LA VIRGEN
San Gregorio reconoce a María como Madre de Dios: «He aquí que la misma Virgen y esclava del Señor es también llamada Madre. Ciertamente, Ella es la esclava del Señor porque la Palabra, antes de todos los siglos, era el Hijo unigénito igual al Padre; Ella es verdaderamente su Madre porque, en su seno, Él se hizo hombre por obra del Espíritu Santo y de su carne». (Ep 11, 67).
Para San Gregorio, María es superior a toda criatura, incluso a los ángeles, porque «en su vientre, la Luz incorpórea asumió un cuerpo» (Moralia 33, 8). Algo que asombra profundamente al Papa, es el misterio de la virginidad de María. Hablando de Ella, la sitúa al final de una lista de eventos milagrosos que Dios ha realizado en favor de su Pueblo: «Considéralo cuidadosamente, por favor, y dime si puedes, ¿cómo fue dividido el Mar Rojo por un cayado (de Moisés), cómo pudo la dureza de la roca derramar una fuente de agua al golpe del cayado, cómo pudo florecer la vara seca de Aarón, cómo pudo la Virgen, descendiente de Aarón, concebir y permanecer Virgen, incluso al dar a luz?» (In Ezeq. 2, 8, 9).
Podemos ver el énfasis en resaltar la virginidad de María en el parto, la cual hace aún más misterioso el nacimiento virginal de Cristo. Para San Gregorio, la virginitas in partu tiene una función sobrenatural: «No por unión carnal sino por obra del Espíritu Santo fue concebido. Al nacer, Él mostró la fecundidad del vientre de su Madre, preservándolo al mismo tiempo incorrupto» (Moralia 24, 3).
Un dato muy interesante que cita el Papa San Gregorio Magno es la aparición de la Virgen María a una niña llamada Musa. El Papa recibe el hecho del hermano de la niña, Probus, a quien considera un hombre de Dios digno de crédito: La Virgen María se aparece a Musa rodeado de jóvenes con vestidos blancos y la invita a entrar a su servicio y a dejar sus actitudes infantiles. María vendrá a visitarla de nuevo treinta días después. Los padres de la niña notan un cambio profundo en la manera de comportarse de su hija, y al ser preguntada, ella refiere la aparición. Musa cae enferma y a los treinta días, María la visita de nuevo. La niña acepta la invitación de la Virgen: «Aquí estoy, Señora, voy. En ese mismo respiro entregó el espíritu y dejó su cuerpo virginal para habitar con las vírgenes» (Dialog. 4, 18).